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Rusia y su misión en la historia I

(ver tomo II)

La historia y el alma de Rusia

Padre Alfredo Sáenz


Rusia y su misión en la historia I - La historia y el alma de Rusia - Padre Alfredo Sáenz

272 páginas
Ediciones Gladius
Argentina, 2011

15 x 22 cm
Encuadernación rustica.
 Precio para Argentina: 160 pesos (los dos tomos juntos: ver tomo II)
 Precio internacional: 35 euros

En la presente obra el autor nos ofrece una visión global de ese mundo tan misterioso y hasta caótico para nosotros, los occidentales, cual es el mundo ruso. Y ello en una
vasta elipsis que va desde Vladimir, el primero, el rey santo, el que hace más de mil años hizo bautizar a su pueblo en las aguas del río Dniéper, hasta el segundo Vladimir, el nefasto, el que encarnó en la política las ideas de Marx, realizando un giro copernicano en la historia de su pueblo.
Apoyado en una abundante bibliografía, el padre Sáez intenta elucidar el misterio de Rusia. En este primer volumen se extiende, ante todo, en la consideración de la historia rusa, señalando en ella cinco grandes estadios: la Rusia de Kiev, la Rusia sujeta al yugo de los mogoles, la Rusia moscovita, la Rusia de San Petersburgo y la Rusia Soviética. Luego busca introducirse en el interior del alma rusa, rebosante de notables paradojas. Y finalmente se refiere a la Iglesia Rusa, presentando sus principales figuras, así como las particulares características del cristianismo ruso. En el segundo volumen continuará el autor exponiendo de manera sistemática lo que fue y lo que significó la Revolución Soviética.
Este libro, bosquejado por un teólogo y un experto en historia, ha sido escrito no sólo con la inteligencia sino también con el corazón. En tres sucesivos viajes que pudo hacer a aquellas remotas regiones recorrió morosamente diversas ciudades, así como algunos rincones del campo ruso. Evidentemente, Rusia lo ha enamorado.

 

ÍNDICE

Prólogo de la primera edición     9
Presentación de la primera edición         13
Presentación de la actual edición            23
Capítulo primero
LAS CINCO RUSIAS          27
I.          La primera Rusia o la Rusia de Kiev      29
1.         Los orígenes 30
a.         La presencia de Bizancio   30
b.         Los varegos fundadores    32
2.         Vladimir, el sol de Rusia   37
a.         Vladimir en busca de la religión verdadera      37
b.         El bautismo en el Dniéper 45
c.         Vladimir, el nuevo Constantino   48
d.        Vladimir y Europa  50
3.         El legado de Vladimir       54
II.        La segunda Rusia o la Rusia bajo el yugo mogol        60
El Imperio mogol    60
El dominio mogol sobre Rusia    63
III.       La tercera Rusia o la Rusia moscovita    66
Surgimiento de Moscú       67
La Tercera Roma     70
a.         Iván lII           70
b.         Iván IV           74
3.         La crisis o «Smuta» y los primeros Romanov   77
IV.       La cuarta Rusia o la Rusia de San Petersburgo            81
1.         El siglo XVIII           81
a.         Pedro el Grande      81
b.         Catalina la Grande 87
2.         El siglo XIX  90
V.        La quinta Rusia o la Rusia soviética       97
Prolegómenos de la Revolución  97
Lenin  102
La guerra civil         105
Stalin  114

Capítulo segundo
EL ALMA RUSA     125
I.          El análisis de Walter Schubart      127
II.        Influjo de la geografía y el clima en el alma rusa         131
Psicología extremosa del hombre ruso  134
Espíritu bohemio del hombre ruso                     135
V.        Capacidad de sufrimiento y humilde compasión del hombre ruso... 142
VI.       Autocracia, nobleza y pueblo       147
El aldeano ruso       151
El antirracionalismo del hombre ruso    159
IX. El sobrenaturalismo del hombre ruso          163
X. La religiosidad del hombre ruso        165
XI. La cultura rusa  170
Mesianismo y nihilismo del hombre ruso         174
El escatologismo del hombre ruso          177
Rusia y España        180

Capítulo tercero
LA IGLESIA RUSA  189
I. Los antecedentes bizantinos      191
II.        La vida monástica y la figura de San Sergio      196
III.       Autocefalía religiosa y Tercera Roma     202
Isidoro y la Unión de Florencia    202
La Iglesia Rusa se independiza de Bizancio     205
Contactos de la Rusia cismática con la Iglesia de Roma         208
IV. El «Raskol» o cisma ruso        215
Origen del Raskol   215
Evolución del Raskol         219
V. La política religiosa en la Rusia de San Petersburgo         224
La reforma de Pedro el Grande    224
Relación de los Zares con el catolicismo y la Santa Sede       229
VI. Características del cristianismo ruso            235
La cultura religiosa 237
La liturgia rusa        245
a.         Acción simbólica más que palabra dogmática  245
b.         La centralidad de la Resurrección de Cristo     247
c.         Un espacio sagrado: el templo ruso        250
La figura del stáretz           255
La mística rusa        262

Texto de la Solapa

 

Dos grandes amores del autor, la liturgia y la historia, confluyen en el presente libro, publicado por primera vez en 1989, poco después de cumplirse el milenio de la conversión de Vladimir, el príncipe de la primera Rus'. En dicha ocasión pronunció un ciclo de conferencias sobre Rusia, que luego sería publicado bajo el título de De la Rus' de Vladimir al "hombre nuevo" soviético, para indicar el vasto periplo de la obra, que buscaba abarcar el entero abanico de la historia de Rusia.
El "tema ruso" siempre fue muy predileccionado por el padre Sáenz. Desde su juventud se sintió atraído por uno de sus autores más destacados, Fiodor Dostoievski, quien lo inició en el cono­cimiento del "alma rusa". Posteriormente se interesó de manera particular en el significado del "icono", el cual encontró en aquellas tierras un terreno de cultivo privilegiado. Cuando le pidieron que hablase sobre Rusia con motivo del Milenio, se abocó a la lectura de numerosos autores rusos y extranjeros, así como a la audición reiterada de música rusa. Luego emprendió tres viajes a Rusia, dos durante la época soviética, y el otro después de la caída del Régi­men. De aquellas lecturas y de estos viajes, provienen dos de sus libros: El icono, esplendor de lo sagrado y el ya citado De la Rus' de Vladimir al "hombre nuevo" soviético.
Años después, en el 2002, la última obra fue reimpresa en México, esta vez en dos volúmenes. El autor resolvió cambiarle el título, llamándola Rusia y su misión en la historia. El primero de los tomos está dedicado al estudio de la historia, del alma y de la Iglesia rusas, y el segundo a la experiencia soviética. La obra se cierra con una alusión a la pervivencia de la vocación providencial de Rusia, según los designios que sólo Dios conoce.
La presente edición reitera la segunda, con algunos retoques accidentales.

Prólogo de la primera edición

 

La paradójica situación de la historia, en este crepúsculo del siglo XX que vivimos, es la de una "ciencia" que acumula cada vez más conocimientos pero de la que nadie sabe para qué sirve. En efecto, la pretensión decimonónica de hacer de la historia una ciencia, la arrastra al fracaso estruendoso de todas las "ciencias del hombre". Fracaso que es necesario comprender: no se trata de que la inmensa masa de datos acumulada en un siglo sea deleznable. Es más bien la grandiosa ilusión progresista la que ha fracasado. Es decir, que la historia, como las demás "ciencias del hombre", no ha logrado ni constituirse en una ciencia única a ejemplo de las naturales ni ha imitado de éstas la operatividad. No hay, tras más de cien años de esfuerzos, una descripción única del hombre, de su psiquis, de su sociedad ni de su pasado: hay escuelas que se suceden a un ritmo cada vez más vertiginoso y que se refutan entre sí. No hay tampoco un "gobierno científico de los hombres" -como imaginó el positivismo- ni una solución científica de sus verdaderos problemas.
Hoy advertimos con claridad creciente que la sabiduría no se deja reemplazar por conocimientos cuantificables y que si los hombres pueden utilizar estos últimos, no pueden vivir sin aquélla. Y también comprendemos que, como lo sospecharan sus fundadores, la historia es primero una dimensión del hombre concreto -su pasado- y luego un auxiliar para la comprensión del plan divino. Por eso la historia es ante todo la de ese "nosotros" que es un pueblo, una nación, y luego la mirada que restituye su peripecia al tejido complejo de una totalidad. Lo que equivale a decir que, si no puede entenderse la historia de los hombres sin comenzar por la de las naciones, no puede comprenderse la historia de las naciones sin referirla a la de los hombres.
Este libro del Padre Sáenz, fruto de un "largo estudio y un gran amor" por Rusia, cumple los requisitos de una auténtica historia. Se apoya en un formidable aparato crítico, pero la reconstrucción del pasado que logra tiene mucho más que ver con la poesía -en el sentido pleno de la palabra- que con la ciencia. Sitúa el problema de Rusia en el lugar justo en que tiene que estar: una singularidad, un caso único y al mismo tiempo sólo un trazo del relato con que Dios escribe derecho con líneas torcidas.
Uno termina la lectura de estos dos volúmenes y sabe que ha avanzado un paso en la comprensión del plan divino para los hombres y sus naciones. El injerto de una religión invertida -el marxismo- en un pueblo de profunda raigambre religiosa ha producido un acontecimiento único y ha abierto la posibilidad de un insólito camino de salvación. Al fin y al cabo, también está en la lógica de las cosas humanas que la corrupción de lo peor produzca lo mejor: "corruptio pessimi, óptima".
Una última palabra sobre mi presencia en este prólogo. A pesar de mis apellidos paternos, desciendo por línea materna de eslavos y quizás por ello me ha interesado siempre el problema de Rusia y su destino. De allí que tenga en mi biblioteca una bibliografía bastante amplia sobre el tema, que tuve el gusto de facilitar al P Sáenz, y que es apenas una fracción de la que él ha utilizado.
Vaya esta explicación para justificar un papel, el de prologuista, que me da la oportunidad de colarme sin muchos derechos en una obra que honrará los estudios históricos en la Argentina.

Aníbal D'Angelo Rodríguez

Presentación de la primera edición

 

En octubre de 1985 descendía en el aeropuerto internacional de Moscú. Desde siempre me había fascinado "el tema ruso" pero fue sobre todo a raíz de un estudio que estaba realizando sobre el sentido teológico de los iconos y la teología de la belleza, que me vino la idea de ir a conocer ese mundo tan exótico para nosotros, los occidentales.
En dicho viaje visité particularmente Moscú y Leningrado. Nunca me hubiera imaginado encontrar lo que encontré. Me alojé en el hotel "Rossía", sito a unos 400 metros de la Plaza Roja de Moscú. En la pieza que allí me asignaron, cuyas ventanas daban al Kremlin, pude celebrar en secreto y bajo llave el Santo Sacrificio de la Misa, con los mínimos ornamentos requeridos, valiéndome de una patena que llevaba conmigo y de una copa en forma de cáliz que adquirí en un negocio vecino. Como se sabe, la aduana soviética es una especie de puerta del infierno, y no se la deseo ni a mi mayor enemigo. Las mismas guías que edita "Inturist", la organización soviética encargada de dirigir todo lo que se refiere al turismo, luego de exaltar las maravillas turísti­cas de Rusia suelen decir: "Es cierto que la aduana le resultará un tanto enojosa, pero luego..." Y así fue. "¿Por qué trae estos libros?", me preguntaron al ver en mi valija el Oficio Divino y otros libros religiosos. "Bien, sepa que según las leyes soviéticas, Ud. no puede dejar nada de esto aquí". Y al observar la patena que llevaba para celebrar la Misa, el aduanero me preguntó: "¿Esto qué es?". "Un recuerdo de familia", le contesté. Al fin y al cabo, la Iglesia es mi familia. El hecho es que munido de estos objetos pude celebrar el Santo Sacrificio, tomando como texto cotidiano el común de la Misa de los mártires. ¿No era acaso la más adecuada a esas circunstancias? Y de cara al Kremlin, rogándole a Cristo y a su Santísima Madre el pronto derrocamiento de los ídolos y la victoria de Dios en esa noble tierra regada con la sangre de tantos héroes cristianos.
Al año siguiente, en mayo de 1986, realicé un segundo viaje, mucho más en relación con mis estudios de iconografía sagrada, con la idea de escribir un libro sobre dicho tema que, si Dios quiere, será mi próxima publicación. Esta vez el itinerario fue por las ciudades medievales rusas. Recorrí lugares verdaderamente increíbles como las ciudades de Nóvgorod, Suzdal, Vladímir, el monasterio de la Trinidad y San Sergio (hoy Zagorsk). Difícil me resulta expresar mi impresión ante tanta belleza concentra­da. Y si esto es lo que resta de la antigua cristiandad rusa, luego del vandálico saqueo realizado a lo largo de decenios por Lenin, Stalin, Kruschev y sucesores, si esto es lo que queda después del arrasamiento de decenas de miles de iglesias...¡qué sería Rusia en su esplendor! Es cierto que la visión de tantas iglesias con las cruces abatidas, convertidas en depósitos de cereales, bibliotecas, piletas... y hasta Museos del Ateísmo, como la Catedral de Kazan, en Leningrado, daba ganas de llorar. Pero al mismo tiempo resul­taba altamente consolador el espectáculo de las pocas iglesias en uso, la piedad de los fieles ortodoxos, apiñados en ellas, la estampa de los ancianos de larga barba, algunos sentados en el piso, cuyos rostros parecían recortados de un icono. Jamás olvidaré el gesto de aquella vieja que en una de esas iglesias, al ver a un soldado del Ejército Rojo que allí había entrado, seguramente para cum­plir algún recado, con la gorra puesta, lo increpó duramente, y él, avergonzado, hubo de sacarse la gorra. Todo un símbolo de la fortaleza de esos débiles.
Recorrer a las primeras horas de la mañana los alrededores de Suzdal, y contemplar en medio de la estepa esa ciudad amuralla­da, brillando con las cúpulas de sus templos en forma de bulbo y ataviada de edificios antiguos, no deja de ser sobrecogedor. Esa ciudad medieval está rodeada, como todas las ciudades antiguas, por numerosos monasterios. Es que en la vieja tradición cultural rusa estaba la idea de que las ciudades habían de ser defendidas no sólo por los hombres de armas sino también por los hombres de Dios. Esos monasterios, una corona en torno a la ciudad, mezclas de convento y fortaleza, eran los bastiones del pueblo ruso frente a los ataques del demonio invisible y de los enemigos visibles de la Santa Rusia. Después supe que esa ciudad había servido de cárcel para numerosos héroes de la fe. Asimismo la espléndida ciudad de Vladimir, en cuya catedral estuvo expuesto durante mucho tiempo un famoso icono de Nuestra Señora, proveniente de Bizancio, que por eso tomó el nombre de "Nuestra Señora de Vladimir". Por las calles de esa ciudad me topé con un grupo de oficiales cubanos que habían sido enviados por Fidel Castro para hacer un curso de postgrado con oficiales del Ejército Rojo. En Vladimir se encuentra una de las cárceles más tétricas de la URSS. Allí se eleva la catedral de Santa Sofía, una verdadera joya arquitectónica, en cuyo interior, que nos abrieron a fuerza de propinas (ya que en la visita no estaba previsto ese templo), pudimos admirar los admirables frescos del inmortal Rublev. Imborrable es también mi recuerdo de la ciudad de Nóvgorod, con sus murallas intactas y su increíble catedral de Santa Sofía, una de cuyas puertas, de factura románica, le fue donada en la Edad Media por el Rey de Francia. En el centro de la gran plaza que da a la catedral, se eleva un enorme monumento de bronce del siglo pasado dedicado a la gloria de Rusia; coronando un bos­que de estatuas de santos y guerreros rusos de todos los tiempos, emerge la figura de una mujer postrada a los pies de una cruz sostenida por un ángel: la mujer es Rusia. ¿Y qué decir de Kiev,
"la madre de las ciudades rusas", con su espléndido Monasterio de las Grutas, cuna de la piedad de la vieja Rus', y sus cientos de monjes enterrados en esas catacumbas orientales; qué decir de su magnífica catedral de Santa Sofía, complejo monumental, donde se encuentra ese gran mosaico de la Virgen Orante, en la pared llamada "indestructible", respetada hasta por los rojos; qué decir de esa inmensa estatua de Vladímir, Rey y Santo, en una de las colinas que contornean el Dniéper, sosteniendo una cruz en sus manos, con la mirada fija en el caudaloso río que corre a los pies de la colina, donde hizo bautizar a su pueblo para incorporarlo a la Iglesia de Cristo..?
¡Tantas sorpresas me depararon esos viajes! No fue por cierto una de las menores cuando en Leningrado, visitando el monas­terio de San Alexandr Nevski, al término de la larga Perspektiv Nevski -donde Pedro el Grande, fundador de la ciudad a la que dio el nombre de su santo patrono, San Petersburgo (ciudad de San Pedro), hizo poner las reliquias del gran guerrero ruso-, al llegar al cementerio, en que reposan célebres músicos rusos, me encontré nada menos que con la tumba de Dostoievski, uno de los autores que más me marcaron en mi juventud. Poder rezar sobre sus restos un responso con toda mi alma de sacerdote y con toda la gratitud de un hijo en el espíritu que tanto le admira...
En fin, contemplar los preparativos en Moscú para el aniversa­rio de las fiestas de la Revolución, que según el calendario en uso se celebra el 7 de noviembre; ver a los soldados en Leningrado haciendo un ensayo en la plaza que está junto al antiguo Palacio de Invierno de los Zares, hoy museo del Ermitage, uno de los más notables del mundo; observar a los chicos-pioneros, con sus pañuelos rojos al cuello, festejando el 1° de mayo en Kiev; poder ver de cerca los restos de Lenin tras la larga cola habitual... En fin, son todos recuerdos difíciles de olvidar. Recuerdos encontrados, por cierto, donde se entremezclan los signos de la cultura cris­tiana de la vieja Rusia y las huellas de la empresa subversiva de la revolución soviética.
Cuando retorné de mi año de estadía en Europa -porque estos dos viajes a Rusia los realicé en su transcurso- a menudo tuve ocasión de relatar a mis amigos dichas experiencias. Y en 1988, a raíz del milenio del bautismo de Vladimir y de la Rusia primitiva, la Rusia de Kiev, me dispuse a pronunciar algunas conferencias. Para mejor prepararlas me aboqué a la lectura de numerosos libros, que me proporcionaron varios amigos, no sólo sobre el tema de Vladimir sino también sobre la historia de Rusia y la revolución soviética. Aprovecho la ocasión para agradecérselos, en especial a Alberto Falcionelli, a Aníbal D'Angelo Rodríguez, a Ignacio Cloppet quien puso a mi alcance la notable colección de libros sobre Rusia que el recordado Juan Carlos Goyeneche tenía en su biblioteca. Y así fui reuniendo una serie de datos que ordené para mi uso personal. Hasta que un día mi amigo, el P Carlos Lojoya, benemérito párroco de la Visitación, en Buenos Aires, me pidió que pronunciara una serie de conferencias dentro de los ciclos culturales que habitualmente organiza en su parroquia. El elevado número de los asistentes -entre ellos numerosos miembros de la colectividad rusa-, así como la atención que evidenciaron me hicieron comprender que no eran pocos los que se interesaban en estos temas, sea por su contenido intrínseco, sea quizás por el exotismo que entrañan. Asimismo algunos de los concurrentes me insinuaron la conveniencia de publicar dichas conferencias.
De hecho yo contaba con un material mucho más abundante que el que había dado a conocer en aquel ciclo, así que me dediqué a dar forma literaria a mis numerosas lecturas. Y el resultado es el libro que Usted tiene en sus manos. Si algún mérito posee es el de ofrecer una sistematización de lo que se encuentra disperso en un sinnúmero de ensayos o estudios. Tal es su única origina­lidad: su carácter sistemático. Por supuesto que siempre citando los autores a los que he recurrido.
Aparece este libro en el segundo centenario de la Revolución Francesa. A lo largo de sus páginas se muestra claramente la filiación de la Revolución Soviética respecto de aquélla, según la conocida expresión de Dostoievski: "de padres liberales, hijos socialistas". El mismo Gramsci sostiene este parentesco del co­munismo, que llevó a sus últimas consecuencias las semillas allí plantadas. La Revolución Francesa y la Revolución Soviética son las únicas dos grandes revoluciones de la historia. No "golpes de estado" sino revoluciones, que no es lo mismo. Ambas, contra el orden natural y sobrenatural.
El telón de fondo de todas estas páginas se encuentra en el último capítulo del segundo volumen, donde se expone la misión de Rusia en el plan salvífico de Dios, el posible lugar de Rusia en la teología de la historia.
Termino esta breve presentación evocando un último recuerdo de mi viaje a la URSS. Y es el del Kremlin de Moscú. En el centro de las murallas que lo rodean se encuentran varias catedrales, todas con sus cruces enhiestas, y diversos edificios civiles, coronados de estrellas rojas, enormes e iluminadas por la noche. Allí está el corazón cultual de la antigua Rusia, la Catedral de la Asunción; allí está el corazón político de la Rusia soviética, la sede del go­bierno comunista. ¿No habrá en esta especie de yuxtaposición algo de providencial? ¿No será un símbolo de la lucha teológica entablada entre la cruz y la estrella roja? A pesar de tanto odio antirreligioso, las cruces permanecen misteriosamente en su lugar... Un día triunfarán sobre la empresa soviética. Caminando por ese imponente recinto, en medio del Kremlin, se me ocurrió pronunciar en voz alta aquella frase que días antes había escuchado con tanta emoción en Zagorsk, donde llegué precisamente cuando se estaban celebrando las fiestas de Pascua, Fristós Voskrese! ¡Cristo ha resucitado! Era no sólo una expresión de fe sino un grito de combate. Y todos respondían: Voístinu Voskrese! ¡Verdaderamente ha resucitado!

Buenos Aires, 1989

Presentación de la presente edición

 

Más de veinte años han transcurrido desde que por primera vez entregué a la imprenta la presente obra. Veinte años cargados de historia, no sólo en nuestro sufrido Occidente, cada vez más post-cristiano, sino también en Rusia, esa nación por mí tan amada, en cuya cultura no me canso de abrevar, releyendo una y otra vez sus obras literarias, escuchando su inspirada música, en especial sus formidables óperas.
He aquí que hoy, después de cuatro lustros, a sugerencia de la dirección de Gladius, la entrego de nuevo para que sea publicada. Debo señalar que en mayo de 2002 una segunda edición apareció en México, por iniciativa de la Universidad Autónoma de Guadalajara, quien con mi consentimiento publicó el voluminoso libro casi tal cual había aparecido por primera vez, pero en dos tomos. Asimismo consentí en cambiarle el título que había elegido para su impresión original: De la Rus' de Vladimir al "hombre nuevo" soviético, ya que, como expliqué en la presentación a dicha edición, el libro fue fruto de un curso que dicté en la parroquia del inolvi­dable E Carlos Loyola, con motivo del milenio de la conversión de Rusia en la persona de su príncipe Vladimir. El nuevo nombre que elegí es el que encabeza este volumen: Rusia y su misión en la historia. No en vano el gran pensador Vladimir Soloviev afirmaba que cada nación tenía una palabra que pronunciar en el concierto de los pueblos, una vocación particular que habría de cumplir en el curso de los siglos y de la que Dios le pediría cuenta el día del juicio postrero.
El contenido del presente libro es casi idéntico al de la edición mexicana, en la cual había omitido algunos temas coyunturales, que hoy, a la distancia, reiterarlos hubiera sido redundante. En­tremos en materia.